Un fantasma recorre España. Desmiente, una vez más, la excepcionalidad respecto al continente de que pendemos. Esta premisa general, ser una soberbia anomalía en la Historia, ha seducido a intelectos de toda época y ralea. Incluso Madariaga invocó la geografía -nuestra península sería un castillo inexpugnable y por tanto aislado- para ilustrar algunas dinámicas hispanas, en su magistral ensayo España. Hasta hace dos días, superado el encandilamiento podemita, nuestra última excepción era carecer de ultraderecha.
Sobre VOX se han apresurado algunos comentaristas en busca de una explicación plausible: habitaba el engendro dentro del Partido Popular (madre) y sólo su crisis lo ha emancipado (culpa de Rajoy). Luego está, un poco mejor armado y complejo, el razonamiento que mira desde más alto: por una parte, los dirigentes del socialismo se escoran a la izquierda (las bases ya lo hicieron antes); y, por otra, la cuestión catalana, enquistada. Tanto lo primero como lo segundo, excentricidades sumadas, en efecto cansan a un electorado, digamos, centrista, que vivía más tranquilo en el turnismo PSOE-PP y el oasis pujolista. Un cierto orden.
En este sentido, el notable peso de Cataluña dentro de España (su irradiación) quedaría, también, en evidencia. El eje político observa desplazamientos y parece gravitar, en ocasiones, desde el Principado. Si aquel tripartito de Maragall (2003-2006) fue un ensayo estético, lo que vino después con Podemos y Mareas era ya la representación al público general, llámese Españas. Un programa de consumo político adaptado a los gustos diferenciales, insolentemente concéntricos, de esta pequeña Europa. Para el caso de la ultraderecha, nuevo fenómeno, podríamos inferir que su éxito andaluz tiene algo de catalán. En el detalle, Cataluña (eufemismo de Barcelona y su área metropolitana) se presentaría, futurible, como la madre de todas las batallas entre los restos de la rebelión independentista, el narcisismo inepto de Colau, los equilibristas naranjas, la cosa llamada PSC, la sorpresa Álvarez de Toledo en el maltrecho PP catalán y el turbador despegue del partido de Abascal. Sobre éste último, Iñaki Ellakuría publicó hace un tiempo un buen análisis de sus raíces y expectativas catalanas, poniendo negro sobre blanco una realidad poco conocida. Según el periodista, el núcleo de VOX en la capital catalana estaría en algunos despachos de abogados barceloneses, sector en el que contaría con bastante predicamento.
Una observación fría, menos apremiante de lo que se acostumbra, podría incidir en la influencia cultural y política de Barcelona sobre España. Veamos sus productos comunicativos, sus estilos periodísticos y de entretenimiento. Buena porción de los formatos de éxito televisivo de las últimas dos décadas (de Crónicas Marcianas a Salvados) es barcelonesa. De igual modo, el desparpajo de una politización se ha forjado en el ejemplo de la Ciudad Condal: cargos electos que se declaran por encima de la ley, componendas de una indisimulada demagogia y, en constante desenfreno, los governs desde 2012 (ahora tenemos uno en Waterloo y otro en la plaza Sant Jaume). Espectáculo político-mediático que podríamos bautizar estilo catalán posmoderno. Aquella secular, suspirada conquista de España por parte de unas elites catalanas podría haberse cumplido, aunque con hechuras diferentes a las imaginadas. Conquista cultural formativa, triunfo de unos heterodoxos; política en permanente crisis, con sus indeseables e imprevistas consecuencias.
La moda VOX podría interpretarse como una reacción. Reacción a esa conquista catalana y a los movimientos imitativos (bajo la marca Podemos) de su particular estilo posmoderno. Un empacho general. Desde 2012, el procés, en efecto, ha provocado una invariable miríada de descomposiciones. Y el partido que ahora atrapa a las audiencias tiene tanto de flamante contestación como de vieja osadía. Ganivet, pensando siempre en el misterio español, hablaba del “misticismo, que fue la exaltación poética, y el fanatismo, que fue la exaltación de la acción.” Nuestro intelectual era ciertamente severo, espejo de un momento histórico en que la españolidad había cabalgado sobre todas sus contradicciones.
Quizás la comedia presenta hoy inéditos giros: en el laboratorio catalán habrá próxima función con las elecciones convocadas. No deberíamos subestimar las capacidades que nos encumbran y que nos hacen tan europeos como, por ejemplo, los alemanes. La mística de la flagelación colectiva. Lo veremos. El régimen constitucional ha visto nacer, en cualquier caso, insólitos y briosos impugnadores desde la última depresión económica, severa, que fue también crisis de confianza. Parece que, en unos cuantos y turbulentos años, haya envejecido y sufra los achaques de una decadencia. Ningún régimen español contemporáneo ha sobrevivido más de cinco décadas.