Los queridos niños. Si el exceso de sensibilidad es empalagoso, no digamos la idealización de la infancia. Según Elias, ‘un día os gobernarán los niños, y será el peor de vuestros días’. Los humanos felices, en ocasiones, han perpetrado el asalto literario al territorio remoto de cuando tenían la osamenta tierna; y, depende cómo, hasta puede resultar digno el resultado de tal hazaña. La fuente de la creación se halla en la infancia. Pero rara vez tiene interés que alguien explique su prehistoria con ese tono pastel, roto por pinceladas de trágicas vivencias. Al menos una vez, tempranos seres, estuvimos a punto de morir, por una caída en bicicleta o fiebres altas. Es un hecho anodino. Todo nos parecía grande, la vida era más fácil, y cualquier cosa, como un juguete de plástico, nos hacía felices. El mundo, en general, era mejor y más trágico. Bien está. Hay que ser respetuosos y pasar rápidamente a otros temas, como lo buena que está la Ginebra Plymouth o lo malos que son los artículos que escribe el señor Sánchez Piñol. Diverso campo es la infancia como tema. Siguiendo los pasos, sospechosos y fascinantes por igual, de Lewis Carroll, uno puede hacerse un mundo con el asunto de las criaturas. Habrá a quien le parezca interesante. Yo lo encuentro desmedida idealización. En Inglaterra, con la excepción del absurdo clasicismo de Carroll, se suele tener un justo aprecio por los mocosos (menor que por los gatos). Lo encuentro más edificante que cualquier tipo de amor excesivo. Y no digamos que esa elevación intelectual.