Escribir melancolías, ayer como hoy, aprieta las letras. A estas me las imagino un mojón informe en mitad del páramo, como aquel en el que Holmes buscaba a un perro sin (casi) saberlo. Qué sortilegio la primavera política. Serían malos tiempos para cierta lírica, murió este mes Sánchez Ferlosio; y casi nadie recuerda a Bachelard, que nació en Champagne en junio de hace ciento treinta y cinco años. Estamos envueltos en el lío de la campaña (electoral, dicen) y el páramo, aunque se extienda raso y tedioso, está sembrado de trampas dialécticas, trucos prerromanos, aromas necios y no sé si, incluso, duelos morales. Yo pongo mi pequeño charco de letras, bajo la neblina y las estrellas. El caso es que escribir sobre lo perdido salva lo mismo que entierra.
El probable presidente del Gobierno aloja al sistema y al antisistema; desde este punto de vista, tiene todos los mimbres para quedarse con el Estado. Concentra él tanto al hidalgo Don Quijote como al escudero Sancho Panza, las simbologías con que Cervantes iluminó la modernidad, y aún estamos ahí. Sus rivales, personajes de la obra, han sido traídos a la arena por el clasicismo más exasperante, canónico. Tampoco habría que leer libros de caballerías, su versión cervantina o el tebeo del Capitán Trueno. Están todos los que tienen que estar y formulan lo suyo. No sé hasta qué punto la patria merece obra tan bien tejida. Incluso siento una simpatía proverbial por algunos que están ahí de buena fe, pero que quizás malgastan su patrimonio intelectual. En cualquier modo, imagino al doctor Sánchez regocijándose, como el niño que espera sabiendo que en breve llegará el regalo.
Adenda:
De Ferlosio no me quedaría con su ensayística, más bien prefiero el modelo de fecundidad, su ilusión arisca, su gato de porte sabio, tan leído.
En cuanto a Bachelard, sobre el que escribiré algún día un gran artículo conmemorativo, quiero recordar el tema de la caracola, objeto de sus estudios: nos dice que el poeta, un tal Valéry, se vio falto de imágenes al hablar de ella y “quedó detenido, en su evasión hacia los valores soñados, por la realidad geométrica de las formas.” Luego el filósofo nos conduce al inicio, cuando, en el momento de tomar forma, la caracola puede enrollarse hacia la derecha o hacia la izquierda, decisión de la que dependerán tantos sueños.