Apuntes electorales (I)

Comienzo con esta crónica una serie semanal que, si el clima lo permite, dará cuenta de la campaña política hasta el próximo diez de noviembre. Aunque no estemos todavía, calendario en mano, metidos en harina, el lector comprenderá que es oportuno referirse al vigente sanchismo como tiempo “electoral” permanente.

Los grandes partidos temen, al contrario que los demás mortales, el adelgazamiento de sus cuerpos. La italianización de España está contribuyendo a tal causa, sin saber si esto es bueno o malo para el sistema. Tal fragmentación no sólo afecta al centro derecha. La izquierda vuelve a sus viejas tradiciones, las queridas luchas intestinas de aquel atribulado siglo XX. Dichas batallas por el poder antes se presentaban con disfraces ideológicos; ahora no se disimula que en cada sillón sólo cabe un culo, y los sillones están contados. Ha sido enternecedora, y diáfana, la negociación reciente entre Sánchez y el pretendiente a ministro Iglesias. Este último languidece, parece haber envejecido rápidamente. Su formidable ansia por desmantelar el Régimen del 78 (democracia ideada por el general Franco, según la autorizada voz del cineasta Amenábar) y las otrora energías bolivarianas se han desinflado mucho. Estamos perdiendo a un íntimo revolucionario, lo cual puede hacer decaer la comedia hasta el aburrimiento. Vuelve Errejón a escena para animar la función. Reivindicando el olvidado estilo asambleario, un errejonista (el concejal Ortega) ha declarado que ansía “recuperar la dignidad de las instituciones”. Renace así la salvación; torna el discurso de los dignos frente a todos los demás, es decir, los indignos. Esa cosa de la dignidad viene de mi tierra. Nunca podremos agradecerle al procés catalán todo lo que ha aportado al lenguaje de la política española. En Cataluña, siempre a la vanguardia de las Españas, vivimos no ya electoralmente, sino en estado de prolongada gimnasia política. El genio catalán, visionario, se reivindica en acciones de una creatividad apabullante: un bolardo ha sido homenajeado con flores, performance que nos devuelve al surrealismo. No obstante, hay noticias inquietantes. Una operación de la Guardia Civil contra miembros de los CDR destapa, según parece, que alguien comienza a jugar con mezclas explosivas, peligrosas no sólo para la salud mental de la comunidad.

La tensión política no afloja, hay gruesos intereses en que así sea. La izquierda, ensimismada en identidades, perspectivas de género (femenino) y apocalipsis climático acude a los comicios en guerra civil: Sánchez como estadista socialdemócrata, denostando a los atribulados podemitas, reclamándose izquierda ordenada; Iglesias como paladín de las esencias populistas, contra la casta setentayochista del PSOE; y el niño Errejón como revisionista barbilampiño, malo ramal para los señoritos de la dacha en Galapagar.

La afición hispana por los asuntos públicos, tratados en el Congreso de los Diputados, en las variadas instituciones y en las barras de los bares, es impermeable al desaliento. Estamos perfeccionando una nación de debates políticos con formato y jerga balompédica y de cotilleo desalmado. En realidad, los géneros de nuestra comedia nacional se confunden. La cita electoral, de la que Sánchez tiene una enorme responsabilidad, será una nueva fiesta de la democracia. Si bien la ejercitación plebiscitaria, muy severa, podría conducir al absentismo. Se escucha en los bares, caña o café en mano, un quejido antipolítico (fenómeno también italiano). Así lo apuntan encuestas recientes.

(Nota publicada en Ok Diario)

La (corta) marcha de Podemos

Aquellos heroicos revolucionarios (en la imagen, columna de partisanos yugoslavos)

¿Recuerdan cuando Podemos era un absoluto desorden? Mareas, confluencias, asociaciones. Abanico heterogéneo al calor político de la crisis, activismo neosecular y tradición oportunista. Esos personajes surgidos de la nada, especuladores en ciertas coyunturas históricas. Un batiburrillo que convenía a algunos dulcificar y, sobre todo, agrupar: pasarlo por el lenguaje y maneras del marketing político. La revolución -vale la pena conocer el ejemplo de Lenin- no se logra sin el elemento de la unidad. Que significa en nuestro caso contemporáneo desterrar las asambleas de estilo universitario, los grupúsculos descontrolados y la estética de sudadera, mochila en el suelo y a ver quién la dice más gorda. La unidad leninista tenía también como fortalezas la ofensiva paulatina (un paso adelante, dos pasos atrás) y el establecimiento del terror, inspiración de Marat. Ni hablemos de la Larga Marcha de Mao, aquella larguísima excursión sembrada de muertos y penurias. Comparativamente, estos revolucionarios de hoy son en realidad hijos de una época muy fácil. Un mundo satisfecho, algo aburrido de sí mismo, que puede permitirse el lujo de jugar a la insurrección. Podemos bebe del folclore revolucionario, de boquilla: las sentadas en el césped de la facultad y algún acoso al profesor (o alumno) discrepante con la línea asamblearia. Los bolcheviques hubieran enviado a nuestros agitadores a trabajos forzados en Siberia. En cualquier caso, la crisis económica (y moral) de 2008 en adelante, vio brotar una contestación radical. Radical en cuanto volatilizaba desde la izquierda el patrimonio constitucionalista de comunistas (Carrillo) y socialistas (González). La inspiración de todo eso reside en Zapatero. Ascendió hasta puestos de poder a personas como Leire Pajín, que anunciaba el estilo podemita. Su calidad intelectual, apenas disimulada por un manto de rancia ideología, inauguró el actual desparpajo, en el que casi nadie se siente ya responsable de sus imbecilidades. Ocurrencias e impudicias proclamadas en redes sociales o en tribuna parlamentaria. Los jovenzuelos y endogámicos profesores de Políticas de la Complutense mamaron de tales modelos. Se entretenían en una Universidad convertida ya en campo de ardores rebeldes, acervo de Mayo del 68 y Berkeley vía Laclau. Eran, por tanto, muchachos melancólicos, muy ideologizados pero sin ideales fuertes. Es decir, eran moldeables (como se ha demostrado luego). Es ahí cuando se hicieron necesarios los medios. Una formidable fábrica de demagogia: tertulias, entrevistas, periodistas en labores de propaganda, escraches, actos de protesta. Con un epicentro en Mediapro, La Sexta, los programas de Évole. La operación tuvo de promotor y conseguidor a Jaume Roures, personaje sobre el que hace falta poner luz, habida cuenta de las sombras. Burgués de Barcelona, viejo militante de la Liga Comunista Revolucionaria, detenido en 1983 por colaboración con ETA y admirador de la revolución sandinista de Ortega. Nuestro Soros en labores de esparcimiento político, impulsando tanto a Podemos como a la otra gran energía del anticonstitucionalismo: la sedición independentista catalana. De la revolución que acabaría con el Régimen del 78 a la actualidad podemita hay un camino, que se consuma con el logro de sillones y la práctica nepotista. Salvo por los eslóganes, el partido de Iglesias-Montero es un ejemplo de adaptación al sistema (así mismo el griego Syriza). Podemos se asemeja ahora más al PCUS de los años ochenta, cuando sus militantes hacían contrabando con productos de consumo y los dirigentes, acabadas las purgas, residían felices en sus dachas, que al atribulado movimiento de la crisis económica. Parece que el sueño de Roures (también el catalán) ha tocado hueso. Mientras, el PSOE, concluida su mutación a los rigores de la nueva izquierda, trata de marginar a sus contrincantes, única idea cabal que se presume en Sánchez.

(Columna publicada en Ok Diario)

La derecha (y una nota final)

Al momento que escribo estas frases, España sigue con sus juegos antagónicos. Los restos de Franco descansan en el Valle de los Caídos y la Tercera República española habita en los corazones de una ruidosa minoría de compatriotas. Es decir, la temperatura política se circunscribe a renglones de realismo mágico. Podría ser inspiración para un gran poema con un fantasma a caballo (el general) y un régimen de ensoñaciones (la república de nunca jamás). Así todo, como pesado referente, parecería que Francisco Franco Bahamonde inventara en España esa cosa singular llamada “derecha”. Pero esto no fue exactamente así. Veamos. El misterio de la derecha residió en Cánovas; en otro general, Primo de Ribera; también en el prosista Conde de Foxá y en el empresario Cambó; en el sable de Sanjurjo y, líquido, en las lágrimas de Arias Navarro. Una familia política, digamos, peculiar. Además, toda la tinta del ABC, al menos durante cien años, es río por donde han navegado esa y otras derechas. Como la febrícula fascista que representó Jose Antonio, las crónicas de postguerra de Pla o las finas letras andaluzas de un Pemán. Todos ellos, tan dispares, podrían representar lo que se ha venido en denominar “hombres de orden”. Y algunos tan solo fueron “reaccionarios”, surgidos de la comparación con las izquierdas republicanas y sus fantásticos desórdenes. 

Muerto el dictador, principal depositario de sus esencias, la derecha quedó representada en la figura de Fraga Iribarne, activo hombre a quien no dolía en prendas presentar en sociedad al jefe de los comunistas o mimar a las corrientes democristianas del moribundo régimen. Hasta Aznar, y con él, las muecas ideológicas del conservadurismo fueron renovándose poco. Permanecía esa inmortal estampa del “español de bien”, sus raigambres e imágenes distópicas, estas mayoritariamente ingeniadas por la izquierda. Surgió con Aznar, así, un orgullo conservador, patriótico. Pero la política es retorcida y aquel orgullo quedó atrapado en mil dificultades, también en los problemas comunicativos del personaje. En cualquier caso, la iniciativa FAES (think tank) indicaba que al fin alguien en el conservadurismo español había identificado el problema: la falta de creatividad intelectual. Tradicional dejadez hispana, el barroquismo de ir cada uno a su aire, reino poblado de reyes. Por más que un editor catalán (Vallcorba) editara profusamente a Chesterton y que Gregorio Luri (La imaginación conservadora) ilumine hoy una historia muy poco reconocida.

Si exceptuamos al ultramontano Blas Piñar y a los nacionalismos periféricos (con sus dinámicas propias), el Partido Popular monopolizó durante cuarenta años la voz y acción de la derecha española. Ocurrió así hasta el segundo mandato Rajoy, conservador de viejo estilo. Este monopolio excluía un tipo de discurso que, en Europa, ya se producía con cierta soltura desde hacía dos décadas. A saber, el reencuentro con la noción cristiano-nacionalista. Un ejemplo notable sería el Frente Nacional en Francia. La reciente aparición de VOX hace aflorar la actual guerra civil conservadora. Una atomización (Rivera también está en liza) que nos muestra un territorio de confusas fronteras y vagos principios. 

La derecha es un espacio de poder, pero sus moradores y pretendientes tienen poco interés en amueblarlo. No digamos decorarlo, apelo a Scruton. En algunas conversaciones que he mantenido con personas situadas en tal espectro político, se ha hecho siempre el silencio al llegar al tema de la cultura. El problema bascula entre un completo reduccionismo y una extraordinaria distancia. No ocurre así a la izquierda, que entendió y entiende muy bien esta cuestión (el PSOE de González respecto a la Movida o el PSC de Maragall en la Barcelona del cómic son dos ejemplos). La derecha, o sus generales, siguen ignorando la cultura, reduciéndola a un conjunto de cosas bellas (o singularidades) que no molestan. Es esta una asignatura, identificar sus manifestaciones, asimilar contenidos, articularse con las herramientas que ofrece, particularmente, la acción cultural.

(Columna publicada en Ok Diario)