¿Y si gobernara la derecha?

(Publicado en El Español, 29/6/2022)

¿Qué ocurriría si, gobernando la derecha, murieran veintitrés inmigrantes en la valla de Melilla? ¿Y si ese mismo gobierno de derechas impusiera el silencio por tratarse de una “cuestión sensible”? ¿Y si, además, el presidente de derechas elogiara a la gendarmería marroquí? ¿Qué ocurriría si un gobierno de derechas regalara el Sahara a Marruecos? ¿Y si, tras esa decisión, se enemistara con Argelia, proveedora de gas, qué ocurriría? ¿Qué ocurriría si se disparase la inflación bajo un gobierno de derechas? ¿Qué ocurriría si un gobierno de derechas forzara la dimisión del presidente del INE?¿Qué ocurriría si, con un gobierno de derechas, el precio de la luz batiera todos los récords? ¿Y si hubieran más de tres millones de parados, qué ocurriría?

¿Qué ocurriría si un gobierno de derechas acogiera en España una cumbre de la OTAN? ¿Qué ocurriría si un secretario de Estado de derechas se manifestara en la calle contra esa misma cumbre? ¿Y si ese gobierno nombrara fiscal general del Estado a una ministra? ¿Qué ocurriría si un gobierno de derechas controlara por asalto una gran multinacional, como Indra? ¿Qué ocurriría si, en una coalición de derechas, un vicepresidente elevara a ministra a su mujer? ¿Y si un gobierno de derechas indultara a un condenado por secuestrar a su hijo? ¿Y qué ocurriría si, en una autonomía de derechas, la vicepresidenta hubiera sido imputada por supuesto encubrimiento en un caso de pederastia?

¿Qué ocurriría si la segunda ciudad del país se hubiera convertido en la perla del crimen organizado siendo gobernada por la derecha? ¿Y si esa misma alcaldesa de derechas estuviera imputada por prevaricación? ¿Qué ocurriría bajo un gobierno de derechas si el presidente hiciera un uso indiscriminado del Falcon? ¿Y si ese mismo presidente mintiera con desparpajo al atribuir a la guerra en Ucrania la ralentización de la economía? ¿Qué ocurriría si un gobierno de derechas vetara a periodistas molestos en sus ruedas de prensa? ¿Y si ninguneara dicho gobierno a la oposición en las sesiones de control parlamentario? ¿Qué ocurriría si un gobierno de derechas negociara la legislatura con viejos terroristas?

La respuesta a todas estas preguntas la ofreció Adriana Lastra unos días antes de la debacle electoral en Andalucía, cuando animó a votar correctamente para “no tener que salir a las calles” contra la derecha.

La guerra del vodka

(Publicado en El Español, 6/4/2022)

La guerra es terrible, pero la necedad humana, que se mezcla a veces con el belicismo, puede alcanzar inusitadas cotas de pavor. Paseaba yo una tarde por las alturas barcelonesas cuando, a la entrada de un bar, me fijé en una pizarra, la típica que suele anunciar un menú o la oferta happy hour. Sin embargo, lo que habían escrito allí rezaba sencillamente: “en este establecimiento no servimos vodka ruso”. Desconozco hasta qué punto puede tal medida ayudar a los ucranianos, que llevan ya un tiempo pidiendo sin éxito un puñado de aviones Mig-29 polacos. Lo que sí me parece descifrable es esta ridícula toma de posición por la vía del licor de patata o centeno. Una cosa esteta y de consumo propio que tranquiliza los buenos corazones. Como los de aquellos trasnochados izquierdistas que se manifiestan en las plazas con pitos y megáfonos “contra la guerra” y luego se van de cañas trascendentes.

Los boicots resultan tan tontos como asépticos. Las marcas de vodka que solemos conocer y consumir -un consumo moderado en España, en comparación al vino, la cerveza o la ginebra- no son rusas. Absolut viene de Suecia, Grey Goose y Ciroc son galas, Belvedere se produce en Polonia y Ketel One es de los Países Bajos. Junto a los gigantes Absolut o Eristoff, del que hablaremos luego, un nombre ocupa invariablemente un lugar en los estantes de bares y coctelerías: Smirnoff. La madre Rusia es sólo su primigenio origen. Fue fundada por Pyotr Arsenievich Smirnov, un siervo de la gleba que comenzó trabajando de lavaplatos en Moscú en 1864, labrando fortuna hasta convertirse en proveedor oficial del Zar. Llegaron después los bolcheviques, y su ya conocida manía confiscatoria provocó que los Smirnov huyeran, en un periplo que les llevó de Constantinopla hasta Francia. Finalmente, un mal negocio con un socio venido de Estados Unidos en busca de fórmulas espirituosas convirtió a la marca en americana (hoy es propiedad de los británicos Diageo), donde se produce.

Por su parte, Eristoff fue creada por el georgiano Nicolai Alexandrovich Eristoff en 1806, parece que por encargo del duque de Racha. Un lobo aullando a la luna creciente, logotipo de la marca, evoca la legendaria admiración del citado duque por el misterioso animal. Actualmente, es propiedad del grupo Bacardí, fundado en Cuba por el español Facundo Bacardí Massó. En otro orden, Stolichnaya -con su etiqueta evocadora del estalinista Hotel Moskvá- propiedad del magnate ruso Yuri Shefler, quien ha mantenido un litigio público con el régimen de Putin, ha anunciado que cambiará su nombre por el de Stoli, una forma de “desrrusificar” el producto. Su vodka, preferido por el guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, se fabrica en Letonia con ingredientes eslovacos.

Entre las curiosidades de la guerra del vodka, Estados Unidos ha prohibido la comercialización de las etiquetas de procedencia rusa, aunque Amazon venda algunas, como la Russian Standard Platinum. Hay también una singular iniciativa suiza: Vodka Zelensky. Sus creadores se comprometen, según la propia página web, a destinar el 100% de los beneficios empresariales a los ucranianos, hasta el año 2026. Y declaran, solemnemente, que “el vodka Zelensky es conocido por su excelente sabor y claridad. Una gran calidad combinada con un enfoque honorable: eso es Vodka Zelensky.”

En la castigada noche del ocio barcelonés -Colau aprovechó la pandemia para degradar una de sus principales industrias-, el empresario Fede Sardà, amante del ilusionismo, se sacó de la chistera una vaga solidaridad con Ucrania con el boicot de la sala de fiestas que regenta, mítica Luz de Gas, a los espirituosos rusos. Quizás desconoce, tal y como hemos tratado de contar aquí, que sus siempre divinas clientas, mientras rememoran los hits de los ochenta, se toman un Moscow Mule preparado con vodka de cualquier lugar del mundo menos la patria de Putin. Lo mismo diríamos del curativo Bloody Mary que los parroquianos de las viejas coctelerías de Barcelona piden tras una noche excesiva. La solidaridad es un asunto siempre complejo, normalmente nacido más para satisfacer al que la practica que al que la recibe. Quizás, si quisiéramos ayudar a Ucrania, fuera más efectiva la compra de alguna etiqueta de ese país bombardeado, como la Kozak, prácticamente desconocida por estos lares de siempre nobles sentimientos.

De la urna a la playa

(Publicado en El Español, 21/6/2022)

Una de las estampas de las elecciones andaluzas nos presenta a un hombre de mediana edad. Está en un aula haciendo cola para votar. Al fondo hay una pizarra y varios dibujos infantiles de encantadores monstruos, enganchados a la pared. Luego está la cosa democrática: las papeletas, una urna, un presidente siempre muy serio y dos vocales que van apuntando. El hombre, nuestro hombre, espera su momento. No sabemos de sus esperanzas políticas, porque el voto es secreto, excepto cuando es un secreto a voces. Pero tenemos algunas pistas valiosas. Viste camiseta y pantanloncillo, calza chancletas de baño y porta una sombrilla enrollada y una nevera portátil. Es decir, es un hombre que vive la democracia con la gravedad de la existencia, cargando todo su peso. Se va o viene de la playa, pero no ceja en el empeño de vislumbrar un futuro y acude a votar, alguien podrá decir que con inocencia, quizás. Si bien el humilde voto nunca es solitario, excepto para Ciudadanos. La papeleta es como la sombrilla y la nevera, proyecciones de un pensamiento, símbolos establecidos de la vida hispana. Si la sombrilla nos protege del sol y la nevera guarda las bebidas frescas, el voto pasa cuentas y, dependiendo del resultado, anuncia el empeño de renovarse.

Nuestro hombre en chanclas es un Ulises contemporáneo volviendo a Itaca, aunque todavía no lo reconozcamos. Es el andaluz que ha derrotado a un enemigo común, esa cháchara corrupta con la que pretendían someternos de nuevo. Es el tipo español que luce las suaves costumbres; el amor romántico y la tragedia y salvación cristianas. La libertad vieja. Si Sánchez no ha gobernado diez años, bien parece una deprimente odisea. Todas las trampas imaginables han poblado desde el inicio su mandato. Que no ha expirado, aunque, herido de muerte, se antoja más peligroso. El varapalo sufrido en Andalucía prevé un futuro sin él y sus socios, la peor banda de caraduras, amigos de la violencia política y alucinados ideológicos. Los más amenazantes: todavía Irene Montero puede continuar con su lunática ingeniería sexual, los independentistas proscribir definitivamente el español en Cataluña y Mónica Oltra ser nombrada embajadora de la infancia. Incluso a Ada Colau se le puede ocurrir aterrizar en Madrid (ya ha cumplido su misión de cargarse Barcelona) o a Yolanda Díaz prologar las obras completas de Stalin para después explicarnos el gulag como una cosa chulísima.

Andalucía ha señalado un retorno al futuro, el de las soporíferas mayorías absolutas. Vivíamos mejor en el bipartidismo o, al menos, España y sus millones de bolsillos sufrían menos angustias. Eran tiempos en que los jubilados hacían la alineación balompédica, las amas de casa hablaban de la crónica rosa, los jóvenes entendían los textos y la gente en general no era clasificada según sus gustos fornicadores o su apetencia biológica. En definitiva, nuestro hombre en chancletas nos ha enseñado que la playa no está bajo los adoquines, sino a un ratito en coche o a pie, tras haber votado en una escuela de barrio.

(La fotografía del héroe es de Carlos Barba para El Mundo)