Jorge Javier Vázquez se pone derechón

(Publicado en El Español, 26/10/22)

En un reciente tuit, Jorge Javier Vázquez (Badalona, 1970) proponía Eurovisión en el madrileño hospital Zendal. Parecería sorna, pero su argumento de peso era que así quizás podría recuperarse «alguno de los millones (150) que se despilfarraron para construir ese garaje que está maravillando al mundo». La musical sugerencia se acompañaba de una fotografía del animador catalán junto a la política Mónica García, también ella izquierdista acaudalada. Ambos entran en esa adorable categoría de justicieros que no predican con el ejemplo, si bien nunca pierden ocasión de dar lecciones. La señora García aparecía hace unos días luciendo camiseta con el lema «tax the rich» («impuestos para los ricos»), extraña propuesta, a tenor de su envidiable situación patrimonial. Pero estas son las cosas de la nueva política, un entretenimiento bufo, un juego de embaucadores hiperventilados. No hay personaje podemita que resista un cotejo entre su estilo de vida y los eslóganes que proclama. En misa y repicando.

Algo parecido le ocurre a Vázquez, últimamente encendido ante tantas injusticias. Azote de la ultraderecha, del fascismo y de las sombras heteropatriarcales, le hemos visto aleccionar al respetable desde su colorido plató, allí donde discurren emociones, disputas y miserias del corazón y la entrepierna. Vociferó un día que el suyo era un programa «de rojos y maricones», aunque tengo la sospecha de que sea en realidad una formidable fábrica de ninis. Y un negocio poco escrupuloso, a la vista del inventario de cadáveres. Pero si Sálvame es un circo triste, con sus payasos repetitivos y los elefantes cada vez más viejos, el presentador se ha puesto fuerte. Políticamente recio, comparte con los amigos de la izquierda la obsesión por Isabel Ayuso. Este es un caso llamativo, fenómeno de odio en que termina cualquier feminismo (e incluso igualitarismo) de la ralea socialista, podemita y demás. Aborrecen a la presidenta de la Comunidad porque en el fondo la adoran, envidian sus maneras de barrio madrileño, sus chupas de cuero y el desparpajo de sus políticas libérrimas. No entienden que Isabel no sea de su cuerda, del lado correcto, sino del mundo de las sombras conservadoras y liberales. Y claro, al mirar a la propia bancada y ver a Lilith Verstringe o a Pablo Echenique la depresión comparativa deviene inevitable. En la ira fóbica de la izquierda, como también en el arrobo de los ayusers, hay un fabuloso componente sensual.

Con ánimo formativo, me he dedicado estas jornadas a escudriñar las andanzas de nuestro Jorge Javier, ya saben, la propaganda vital que son las redes sociales. He descubierto que le gustan los galgos y viajar por el mundo. También comer en restaurantes de postín, como Mugaritz de Rentería (menú de 242 euros), donde confesaba que no servían platos, sino «felicidad». Nuestro hombre posee una cierta sensibilidad y si en ocasiones no reprime algún selfie narciso con el torso desnudo, deja a veces un destello culto citando a Benedetti: «estamos rotos pero enteros», mar azul de fondo y mirada al horizonte. Todo esto es muy bonito, pero queda un poco ofuscado frente a la mala leche que se le atribuye, la fama no entiende de justicia. Sus presuntos problemas con el fisco despertaron la cólera mediática. «No hay organismo más injusto que Hacienda», bramó en el plató cual exaltado ultraliberal. La broma sobre el Zendal, eso de celebrar allí el bodrio wokista Eurovisión (ay, el lobby LGTBI) no es de muy buen gusto. Tampoco suena mucho a tradición izquierdista ser hostil a un hospital público por donde han pasado miles de ciudadanos enfermos. Y es que, cuando uno menos se lo espera, al españolito exaltado le sale el ramalazo totalitario. Aunque vista americana rosa, cultive el amaneramiento y conduzca un show de pretensiones salvíficas.

Carta barcelonesa a Benzema

(Publicado en El Español, 20/10/22)

Aborrezco el fútbol. Ya sé que ustedes podrán decir, con toda razón, que eso a quién le importa. Pero es que escribo esta columna con una terrible contractura y, además, mi chica me ha dejado, por lo que estoy convencido de que ustedes tendrán algo de compasión y seguirán leyendo. No aborrezco el juego, la táctica, los regates y la plasticidad de sus momentos. Tampoco las zancadillas duras (se supone que es un deporte de hombres), los jugadores que sobreactúan o los que meten un gol con la mano, maestro Maradona. Incluso me gusta lo que tiene de juego a veces injusto, merecimos ganar pero la mala suerte de los palos, y esas cosas. Aborrezco al público en general, que aquí no se le puede llamar respetable, como en la fiesta taurina o la ópera. Su tribalismo, el griterío insultante, no digamos los cánticos de rancio orgullo. Les confieso que lo conozco porque, durante unos años, iba al estadio del Fútbol Club Barcelona, cuando los tiempos en que el gran Johan Cruyff entrenaba. Recuerdo, por citar, a una adolescente adorable insultando del modo más soez al árbitro y ser felicitada por su padre, que le acompañaba en tribuna. Menuda educación.

De todas maneras, y como exbarcelonista o traidor a mis viejos colores, no voy a discutir el mito de la afición del Real Madrid, señorío y exigencia. Todo culé sufre madriditis, es decir, en otra vida hubiera querido ser del equipo blanco. Segundo club de Cataluña (que me perdonen mis amigos pericos), los odios que despierta en los seguidores del Barça harían las delicias del doctor Sigmun Freud, tan retorcido él. Hasta mi querido Armand Carabén, hijo de aquel hombre que nos trajo al flaco holandés, forofo consumado, sabe ver la ironía que arrastra todo hincha azulgrana, una pesadumbre, la conciencia melancólica que siempre encuentra su razón de ser en las derrotas. En este sentido, el mejor presidente que ha tenido el FCB, el que representa el alma del club, ha sido José Luis Núñez.

Como debo ceñirme un poco al tema que mi jefe me ha señalado esta mañana, aparco ya las confesiones y voy al asunto: Karim Benzema, mago albo, artista balompédico del momento, ha ganado el preciado Balón de Oro. Lo que le faltaba a la madriditis después del baño sufrido por los chicos de Xavi Hernández (Visca Catalunya i Qatar lliures) en el Santiago Bernabéu el pasado domingo. Otro de los aspectos agradables del fútbol es el mérito artístico, que sólo posee una minoría elegida, como el galardonado francés. Es algo muy diferente a, pongamos, el supuesto valor que puede tener un Kílian Jornet, correr por las montañas como alma que lleva el Diablo. El delantero del Madrid es un virtuoso, ha entendido que las dos piernas no sirven sólo para trotar y se lo ha enseñado al mundo acariciando un balón. Con un destino certero (no un vagar los riscos o el césped a lo loco): tocar la red de la portería contraria. Meterla, coño. ¡Y hala Madrid!