En Por fin no es lunes hablamos con Carlos García-Mateo, periodista, escritor y autor de «Barcelonerías», un relato personal que da cuenta de la decadencia de una ciudad vista por un enamorado de ella.
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Categoría: crónica de Barcelona
El simposio
La nobleza, ya en la Atenas clásica, tenía un alto concepto de sí misma. Sus integrantes se autodenominaban los hermosos y buenos, y cultivaban pasiones como la equitación, la caza, la poesía. Alcibíades, noble él, nos regala el siguiente principio, no falto de razón: “Es injusto que sea igual a todos los demás el que tiene un alto juicio de sí. Del mismo modo que el que no tiene éxito participa de la desdicha, […] permitamos que alguien ensoberbecido por sus acciones de éxito sobresalga muy por encima”. La inmaculada clase nobiliar formaba un sistema de relaciones cerrado, con enlaces matrimoniales, amistades, competiciones atléticas y el acto social que hoy nos ocupa, llamado simposio, destinado a los placeres del vino, de la poesía y los espectáculos ligeros. Sólo asistían los hombres, acompañados de refinadas prostitutas.
Formalmente, el simposio comenzaba al finalizar la cena, cuando los sirvientes traían cráteras de vino y copas. En ese instante el anfitrión daba solemnemente inicio a la juerga con una libación en honor de la divinidad y los invitados cantaban el himno a Dionisos. Después se nombraba un simposiarca, persona que ordenaba, hasta cierto punto, suponemos, el número de copas a tomar y la cantidad de agua a añadir al vino. Así daba comienzo el rapto báquico, y animadamente lo cantó, por ejemplo, el poeta Alceo, natural de la isla de Lesbos:
“Bebamos, ¿por qué aguardamos las lámparas? Hay un dedo de día.
Baja las copas grandes con dibujos, pues el hijo de Zeus y Sémele
les dio a sus hombres vino para olvido de sus penas.
Vierte mezclando una de agua y dos de vino, completas hasta el borde.
Y que una copa empuje a la otra”.
Existen, en la literatura histórica, dos simposios de fortuna, el de Platón (poblado de resacosos) y el relatado por Jenofonte, donde también estuvo Sócrates, que es al que nos referiremos. El filósofo, mientras empinaba el codo, ejerció aquella noche con sutileza el arte del saber estar, a medio camino entre la seriedad y la broma, hasta que la cosa derivó en ardores de entrepierna. El patrocinador de la fiesta fue un tal Calias, personaje famoso del momento y pariente del citado Alcibíades. Jenofonte describe el carácter de este glotón, que no nos es en ningún modo ajeno: “hombre de buena presencia, fastuoso anfitrión, amante del lujo y despilfarrador, persona que sabe hacer bien las cosas (buena comida, excelente vino, magníficos espectáculos). Muy vanidoso, de espíritu superficial, obsesionado por destacar, de los que gustan de escucharse a sí mismos, sensible a la adulación”. Claro que, con la presencia de Sócrates, el engreimiento de Calias quedó eclipsado.
En el simposio, durante las largas horas en que los invitados bebían sobre camas, escuchando al flautista o admirando la juventud y belleza de los actores, el vino se cortaba con agua. Una medida común extendida más allá de tal celebración (excepto para el reglado desayuno, de pan mojado en vino puro), pero que en este caso se optaba con el fin de, literalmente, aguantar más tiempo sin entrar en un estado de abrupta embriaguez. Si bien se llegaba siempre, al transcurrir de las horas y la paulatina entrega de los cuerpos a la tutela del dios Dioniso, a aquel alborozo causado por el exceso. Veamos lo que, iniciada la orgía en casa de Calias, dijo (aún) con sabia prudencia Sócrates:
“Si nos hacemos verter inmensas cantidades de bebida, pronto nos fallarán los cuerpos y las mentes y no podremos ni resollar, no digamos hablar. En cambio, si los criados nos rocían a menudo con pequeñas copas, para decirlo con la retórica gorgiana, no llegaremos a emborracharnos forzados por el vino, pero persuadidos por él alcanzaremos un mayor grado de alegría”.
A lo que un previsor y simpático Cármides añadió:
“Yo creo, señores, que lo mismo que Sócrates dijo del vino, también esta mezcla de la belleza de los muchachos y de la música adormece las penas y despierta el amor”.
Como era previsible y de rigor, la orgía culminó en el habitual tono dionisiaco. Jenofonte documenta su final extravagante, cuando dos esclavos jóvenes se dedicaron a recrear las pasiones entre Dioniso y Ariadna con tal realismo que los casados se precipitaron a sus casas en busca de sus mujeres, mientras los solteros marcharon de picos pardos por la ciudad, dando tumbos, según se aventura.
Cierto desconsuelo es hoy recrear aquellas reuniones orgiásticas en que, además de sublimar el placer, la nobleza debía ser siempre comprobada, justificada con la inteligencia, el mérito y los versos, mientras se trasegaba el vino de Tasos. Casi nada permanece, excepto un persistente romanticismo, la versión contemporánea, vacía bacanal. Revel acota aquí un hecho cultural relevante: tras la ceremonia colectiva de la Grecia clásica en torno al vino, institucionalizada en el simposio, las Odas de Horacio inauguran “la estética del borrachín moderno, [que] hace su entrada en la historia de la sensibilidad occidental”. Así, un poco melancólicos, volvemos hasta el cielo de nuestra época, de Sócrates a Isabel I la Cachonda, de la que San Antonio María Claret, su confesor, advertía que “el vino entorpece los sentidos y es incentivo fugaz de la diabólica lujuria”. Como en Grecia, sigue el néctar divino causando el consabido efecto sensual (que nuestro religioso, quizás inspirado en los calores de la reina, puso negro sobre blanco). Pero es este asunto, los ardores que excita sobre las personas la leche de Venus (según imagen de Píndaro) objeto al que sin duda nos dedicaremos en futuras citas.
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El año bobo
A la espera de lo que, en materia boba, pueda depararnos el 2023, es hora de repasar la tragedia de lo vivido durante el año que, por fin, muere. Rico en ataques sinceros de estulticia, el tiempo perdido no merecería ser buscado ni por el más recalcitrante proustiano. Así, mi tarea hoy, en esta columna que ustedes leen, sería solo la de un forense. Un informe destinado, ojalá, al pronto olvido. Por un asunto de salud personal y nacional. No se dejen llevar por el espíritu del historiador, tan deprimente, y vivan el año nuevo despojados de toda la roña intelectual que se enganchó al debate patrio durante los últimos doce meses. Hay que hallar la victoria libres de los cenizos, de quienes con tanto ahínco sembraron el ambiente general de mal rollo, una especie de anacronismo comunista con pintas neojipis.
Veamos, la lista de zombies es harto alargada, son seres que han hecho ya carrera, incluso algunos hasta la de San Jerónimo, con su poltrona y paga de casta. Solo que, y a pesar de nuestra ingenuidad, el cargo no estiliza, no educa, y el asno no muta en bello corcel de fino trote. Por ejemplo, la profesionalización de Gabriel Rufián resulta encantadora. Lo enviaron a Madrid como carnaza charnega unos burgueses catalanes con chalé en La Cerdaña. Y el hombre no ha podido mostrarse más agradecido a sus amos. Ha cumplido con nota la misión, ese macarrismo deudor de la vieja tradición lerrouxista, matonismo en Cortes. Se podría recordar asimismo al argentino Pablo Echenique, deidad de la incoherencia y ángel negro de la demagogia. Defensor de las causas justas, envenenaba la sala y las redes con mensajes de una justicia social que él mismo traicionaba, aquel episodio de no tener dada de alta a la asistenta, defraudando a una Seguridad Social tan amada por él. No digamos las aportaciones a la causa de la podredumbre política del ínclito Juan Carlos Monedero, chavista de pro a sueldo. Como, de igual modo, las chispeantes apariciones del expresidente Rodríguez Zapatero, genial títere internacional de las nuevas autocracias hispanoamericanas. Pero el capítulo del mujerío “empoderado” ha sido lo más glorioso del año, sin duda. La ministra Irene Montero, azote del feminismo, ha conseguido erigirse en el personaje (o “personaja”, no seamos fascistas) del año, en franca competencia, eso sí, con Yolanda Díaz. Veamos. La primera, madre de tres retoños tres con el huido a Barcelona Pablo Iglesias, ha logrado dar lustre al debate sobre la pederastia (caray, debatir sobre esa lacra) y, cómo no, elaborar una ley que desprotege a las maltratadas y beneficia penalmente a los maltratadores. Parecía difícil, pero lo ha conseguido. Y todo en nombre de la “igualdad”. Yolanda, prologuista de Marx, nos ha regalado estos meses una enciclopedia de la nadería dialéctica, un compendio de frases larguísimas y sin sentido. Su verborrea de Comité Central sesentayochista, sin embargo, se queda ahí, es mucho más inocua en realidad que las actividades parlamentarias de Irene. Díaz tiene ocurrencias, marea a sectores como el de la alimentación con iniciativas y reuniones aburridas y que no sirven para nada. Su aportación al envilecimiento nacional tiene mucho de empalagoso vodevil. Me dejo en estas letras a muchos otros habitantes del fango público. Sin embargo, y como escribía al inicio, les transmito a ustedes el deseo de una limpieza general, de un olvido lapidario de esta ralea de indómitos bobos que no debiera ya merecer nuestra más mínima atención. Feliz año nuevo, no dejen de amar, hacer buenas obras, beber vino y ser felices.
No son demócratas
(Publicado en El Español, 10/12/2022)
En apenas un puñado de horas, dos acontecimientos de relevancia se produjeron en Hispanoamérica. Y ambos tienen mucho que ver con ese ente disoluto en que se ha convertido la izquierda, si es que, en realidad, se trata de una conversión en lugar de una característica biológica de la criatura.
Por una parte, la vicepresidenta argentina Cristina Fernández, viuda del mandatario Néstor Kirchner, fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua por fraude a la administración pública. Por robo peronista, dicho en lenguaje político. Se estima que, mediante una trama, sustrajo al erario unos 480 millones de euros (al cambio actual), aunque en Argentina se fabula en los cafés y mercados sobre la cifra real, las típicas elucubraciones callejeras de gracia balompédica. La cosa cándida de la sentencia es que la corrupta y sus amigos tendrán que devolver el parné. En cuanto a la inhabilitación vitalicia de la señora, tampoco atemos muchas seguridades, a la vista del gusto último de la izquierda americana por los «golpecitos democráticos».
Mientras esto ocurría por Río de la Plata, en el oeste andino el presidente Pedro Castillo se calaba un sombrero chotano y daba un golpe de Estado. La tradición erótica del ordeno y mando es larga a ambos lados del océano, podría ser una de las profundas herencias que dejamos allá los españoles, sin duda no la mejor. Pero al golpista peruano, atenazado por corrupción (otra familiaridad hispana), se le torció el asunto porque el Estado se puso legalista y, con el apoyo de la Cámara y del Ejército, la policía anticorrupción se lo llevó detenido al cabo de, solamente, dos horas de la ocurrencia. Así, el antiguo maestro rural, candidato por el partido marxista Perú Libre y llegado a la presidencia por esos azares de la historia, fue conducido al penal de Barbadillo, donde compartirá muros y barrotes con su excelencia Alberto Fujimori, quien cumple condena por rebelión. Naturalmente, y siguiendo el ejemplo de otros sátrapas que ascendieron al poder por vías democráticas, el plan de Castillo contemplaba una nueva Constitución a medida.
Al fin, pues, una semana de buenas noticias, pues ni se jodió el Perú ni, según parece, Cristina Fernández podrá optar a la presidencia en los próximos comicios, como era su intención.
El affaire Kirchner ha despertado en la izquierda española reacciones más sentidas que hacia el peruano. Ya han salido en tromba tuitera los habituales propagandistas bolivarianos, como el incansable Juan Carlos Monedero, que se expresaba así: «jueces sinvergüenzas que le afinan a la derecha argentina lo que no le dieron las urnas». Podemos&Co están en la hipótesis del «lawfare», que más o menos sería la «judicialización» de la política en favor de una oligarquía económica. ¿Les suena esto? A mí mucho, concretamente al argumentario defensor del golpe catalán, al que se apuntó toda la izquierda hasta el PSC. En el fondo, y es lo grave, el lodo se asienta sobre la idea de que cuando un político (de la cuerda, claro) delinque y se le juzga en los tribunales, hay detrás una trama podrida. Al fin, la pretensión es quebrar el Estado de derecho. Los jueces serían, hoy, la última resistencia a la implantación de regímenes comunistoides.
Decía lo de las reacciones sentidas hacia Cristina, pobre Cristina. Yolanda Díaz y, cómo no, José Luis Rodríguez Zapatero acudirán a una reunión que se ha convertido ya en un sarao de apoyo a la corrupta argentina. El discurso se repite como un mantra: «un juicio político orquestado por la derecha con operadores de la Justicia y medios de comunicación para sacar [a la señora condenada] del debate democrático», según los organizadores del evento (Grupo de Puebla). Este es un lobby populista, una iglesia devota de algunos autócratas hispanoamericanos fundada por nuestro expresidente socialista, convertido en atleta blanqueador de dictaduras de aquel continente. Todavía se hace extraño, incluso conmovedor, oír hoy voces lamentosas en recuerdo de no sé qué PSOE que pudo existir, si existió, en un pasado legendario, el del purgado Joaquín Leguina, al caso. Allí van Yolanda y José Luis a defender a una delincuente probada. Uno imagina la conversación en el avión, cruzando el ancho mar, dejando su huella de carbono,tejiendo complicidades, imaginando una América roja y sin separación de poderes. Aunque a veces lo parezcan, no son demócratas.
Breve diccionario podemita
Publicado en El Español, 23/11/2022
A la espera de la próxima purga, de la última batalla por quíteme ahí un trans, un gato con más derechos que un ser humano o un maltratador de mujeres libre de prisión, recogemos aquí un breve vocabulario podemita. Se trata de vocablos imprescindibles para que el lector curioso obtenga así un preciso conocimiento de aquel mundo nacido (formalmente) en 2014 y que ha enriquecido extraordinariamente el léxico político. Actualizado a día de hoy, no se descartan próximas ediciones ampliadas.
Animalismo. Doctrina exaltada que busca igualar en derechos a todos los animales de la Tierra. Se prevé que en detrimento de los seres humanos, en particular de las mujeres que sean víctimas de maltrato, pues el delito y la pena se verán igualados al caso de maltrato a, pongamos, un gatito.
Ayuso. Musa de la derecha, es un caso freudiano para la izquierda. Centro de todas sus iras, representa en realidad un oscuro deseo, el drama de que esa mujer con desparpajo, formas de barrio madrileño y chupa de cuero no pertenezca al mundo podemita y sí al tenebroso de la derecha.
Derecha. En realidad hablar de la derecha a secas no interesa a Podemos. Sin el adjetivo «ultra» que la preceda la palabra deviene ya tibia, incapaz de tensar el espíritu y los genitales políticos de la militancia.
Escrache. Bonita e inmaculada manera de ejercer la democracia directa. Es decir, impedir que unos fascistas como Begoña Villacís, Álvarez de Toledo o los estudiantes de S’ha Acabat! puedan ofrecer una charla en algún foro. El escrache comenzó como una estrategia leninista de hostigamiento a políticos del Partido Popular, aunque en la actualidad, muy popularizado, incluso se ha extendido a los propios camaradas. La Historia tiene esos giros.
Fascismo. Gracias a la formación fundada por Pablo Iglesias, el fascismo ha salido de sus catacumbas para volver a campar por todos los rincones de España. El fascismo, como aquél de los años treinta del siglo pasado, es ubicuo. Puede estar dentro de un chuletón de buey, en un chaleco plumífero, en Tamara Falcó o en una anciana a la que han okupado la vivienda.
Feminismo. Última víctima de las ideas y ocurrencias legales podemitas, fue un movimiento de larga tradición que buscaba la igualdad entre hombres y mujeres. Actualmente, se le da ya por prácticamente desaparecido tras los demoledores embates de la ministra Irene Montero.
Franco Bahamonde, Francisco. Militar y dictador español cuyo régimen habría desaparecido tras su muerte y la posterior aprobación de la Ley para la Reforma Política, en 1976. Sin embargo, pasados cuarenta años de democracia, la inteligencia y sagacidad podemita hizo ver a los españoles que seguían viviendo, hipnotizados, bajo la vieja dictadura del general.
Galapagar. Emulación de la dacha que todo capitoste del PCUS poseía en el campo, el matrimonio Iglesias se hizo con este chalet situado a las afueras de Madrid. Dotado de servicio doméstico y protección policial, ha sido el hogar de la pareja y su linaje hasta la reciente huída del hombre a catalanes sitios.
Higiene. Fue durante una sesión parlamentaria cuando el líder morado (en un sentido sólo político, queremos pensar) se presentó desarrapado, con una camisa perceptiblemente sobada y el cabello, digamos, apelmazado. Todo el fascismo se abalanzó sobre él, haciendo alusión a la higiene, o falta de ella. Pero Iglesias marcaba un camino estético y, sobre todo, ético: el jabón y los detergentes son altamente contaminantes y se fabrican quebrantando cualquier principio de ecología y sostenibilidad ambiental. Y, aun así, dicen las malas lenguas que el ambiente en la sala, tras un rato, quedó francamente enrarecido.
Jueces. Pérfido conjunto de señores togados, última resistencia del Fascio del 78 (o Régimen del 78), empeñado en hacer cumplir las leyes malas, o sea, aquellas que no ha elaborado Podemos.
Matria. Penúltimo invento del léxico podemita, se trataría, según palabras de Teresa Rodríguez, «de algo que cuida, que trata por igual a todas las partes, que no discrimina a nadie». «Son los hospitales, son las escuelas, es la ayuda a la dependencia, el apoyo a las familias vulnerables… Esa es la matria». Es decir, y a riesgo de parecer demasiado convencionales, es el Estado con un nuevo nombre más chuli.
Niñes. El mundo entero tembló de emoción al escuchar a Irene Montero pronunciar tal palabro. Fue un momento de enorme transcendencia histórica, de inconmensurable ingenio. Al fin alguien había encontrado un modo de justicia para ese género abstracto que desafía a la biología. La biología, por si no lo saben, también es una cosa fascista, quizás la más fascista de todas. Después de eso, los libros de texto y muchos maestras, maestros y maestres comenzaron a llenar de confusión sexual las cabecitas de los mocosos. Y así andan, pidiendo hormonarse a los diez añitos.
Okupa. Especie de héroe que basa su acción en meterse en casa ajena, cambiar la cerradura, pinchar el suministro y vivir sin pagar un duro de alquiler. Naturalmente protegido por la legislación, es una avanzadilla de ese mundo más justo que Podemos pretende alcanzar. En Cataluña, tierra de grandes esperanzas, el héroe okupa campa a sus anchas.
Paella estilo Honecker. Receta misteriosa elaborada por el ministro de Consumo, Alberto Garzón. No se conocen bien los ingredientes, pero sí su espíritu: debe cocinarse portando una sudadera conmemorativa de la República Democrática Alemana.
Refugio climático. Gran hallazgo de la alcaldesa de Barcelona, Inmaculada Colau. Ante la emergencia climática y el fin del mundo, consiste en clavar un cartelito bajo un árbol que indica, para los despistados, que se encuentran en un salvífico «refugio climático». Vamos, a la sombra.
Señoro. Lo contrario al hombre blandengue, al hombre que ha asumido su culpa antropológica y va por ahí portando la bolsa de la compra y abominando de su propia naturaleza. Un señoro es un anacronismo empecinado, se resiste a cambiar, sigue luciendo corbata, toma copas con otros hombres y abre la puerta a las mujeres en los restaurantes.
Jorge Javier Vázquez se pone derechón
(Publicado en El Español, 26/10/22)
En un reciente tuit, Jorge Javier Vázquez (Badalona, 1970) proponía Eurovisión en el madrileño hospital Zendal. Parecería sorna, pero su argumento de peso era que así quizás podría recuperarse «alguno de los millones (150) que se despilfarraron para construir ese garaje que está maravillando al mundo». La musical sugerencia se acompañaba de una fotografía del animador catalán junto a la política Mónica García, también ella izquierdista acaudalada. Ambos entran en esa adorable categoría de justicieros que no predican con el ejemplo, si bien nunca pierden ocasión de dar lecciones. La señora García aparecía hace unos días luciendo camiseta con el lema «tax the rich» («impuestos para los ricos»), extraña propuesta, a tenor de su envidiable situación patrimonial. Pero estas son las cosas de la nueva política, un entretenimiento bufo, un juego de embaucadores hiperventilados. No hay personaje podemita que resista un cotejo entre su estilo de vida y los eslóganes que proclama. En misa y repicando.
Algo parecido le ocurre a Vázquez, últimamente encendido ante tantas injusticias. Azote de la ultraderecha, del fascismo y de las sombras heteropatriarcales, le hemos visto aleccionar al respetable desde su colorido plató, allí donde discurren emociones, disputas y miserias del corazón y la entrepierna. Vociferó un día que el suyo era un programa «de rojos y maricones», aunque tengo la sospecha de que sea en realidad una formidable fábrica de ninis. Y un negocio poco escrupuloso, a la vista del inventario de cadáveres. Pero si Sálvame es un circo triste, con sus payasos repetitivos y los elefantes cada vez más viejos, el presentador se ha puesto fuerte. Políticamente recio, comparte con los amigos de la izquierda la obsesión por Isabel Ayuso. Este es un caso llamativo, fenómeno de odio en que termina cualquier feminismo (e incluso igualitarismo) de la ralea socialista, podemita y demás. Aborrecen a la presidenta de la Comunidad porque en el fondo la adoran, envidian sus maneras de barrio madrileño, sus chupas de cuero y el desparpajo de sus políticas libérrimas. No entienden que Isabel no sea de su cuerda, del lado correcto, sino del mundo de las sombras conservadoras y liberales. Y claro, al mirar a la propia bancada y ver a Lilith Verstringe o a Pablo Echenique la depresión comparativa deviene inevitable. En la ira fóbica de la izquierda, como también en el arrobo de los ayusers, hay un fabuloso componente sensual.
Con ánimo formativo, me he dedicado estas jornadas a escudriñar las andanzas de nuestro Jorge Javier, ya saben, la propaganda vital que son las redes sociales. He descubierto que le gustan los galgos y viajar por el mundo. También comer en restaurantes de postín, como Mugaritz de Rentería (menú de 242 euros), donde confesaba que no servían platos, sino «felicidad». Nuestro hombre posee una cierta sensibilidad y si en ocasiones no reprime algún selfie narciso con el torso desnudo, deja a veces un destello culto citando a Benedetti: «estamos rotos pero enteros», mar azul de fondo y mirada al horizonte. Todo esto es muy bonito, pero queda un poco ofuscado frente a la mala leche que se le atribuye, la fama no entiende de justicia. Sus presuntos problemas con el fisco despertaron la cólera mediática. «No hay organismo más injusto que Hacienda», bramó en el plató cual exaltado ultraliberal. La broma sobre el Zendal, eso de celebrar allí el bodrio wokista Eurovisión (ay, el lobby LGTBI) no es de muy buen gusto. Tampoco suena mucho a tradición izquierdista ser hostil a un hospital público por donde han pasado miles de ciudadanos enfermos. Y es que, cuando uno menos se lo espera, al españolito exaltado le sale el ramalazo totalitario. Aunque vista americana rosa, cultive el amaneramiento y conduzca un show de pretensiones salvíficas.
Carta barcelonesa a Benzema
(Publicado en El Español, 20/10/22)
Aborrezco el fútbol. Ya sé que ustedes podrán decir, con toda razón, que eso a quién le importa. Pero es que escribo esta columna con una terrible contractura y, además, mi chica me ha dejado, por lo que estoy convencido de que ustedes tendrán algo de compasión y seguirán leyendo. No aborrezco el juego, la táctica, los regates y la plasticidad de sus momentos. Tampoco las zancadillas duras (se supone que es un deporte de hombres), los jugadores que sobreactúan o los que meten un gol con la mano, maestro Maradona. Incluso me gusta lo que tiene de juego a veces injusto, merecimos ganar pero la mala suerte de los palos, y esas cosas. Aborrezco al público en general, que aquí no se le puede llamar respetable, como en la fiesta taurina o la ópera. Su tribalismo, el griterío insultante, no digamos los cánticos de rancio orgullo. Les confieso que lo conozco porque, durante unos años, iba al estadio del Fútbol Club Barcelona, cuando los tiempos en que el gran Johan Cruyff entrenaba. Recuerdo, por citar, a una adolescente adorable insultando del modo más soez al árbitro y ser felicitada por su padre, que le acompañaba en tribuna. Menuda educación.
De todas maneras, y como exbarcelonista o traidor a mis viejos colores, no voy a discutir el mito de la afición del Real Madrid, señorío y exigencia. Todo culé sufre madriditis, es decir, en otra vida hubiera querido ser del equipo blanco. Segundo club de Cataluña (que me perdonen mis amigos pericos), los odios que despierta en los seguidores del Barça harían las delicias del doctor Sigmun Freud, tan retorcido él. Hasta mi querido Armand Carabén, hijo de aquel hombre que nos trajo al flaco holandés, forofo consumado, sabe ver la ironía que arrastra todo hincha azulgrana, una pesadumbre, la conciencia melancólica que siempre encuentra su razón de ser en las derrotas. En este sentido, el mejor presidente que ha tenido el FCB, el que representa el alma del club, ha sido José Luis Núñez.
Como debo ceñirme un poco al tema que mi jefe me ha señalado esta mañana, aparco ya las confesiones y voy al asunto: Karim Benzema, mago albo, artista balompédico del momento, ha ganado el preciado Balón de Oro. Lo que le faltaba a la madriditis después del baño sufrido por los chicos de Xavi Hernández (Visca Catalunya i Qatar lliures) en el Santiago Bernabéu el pasado domingo. Otro de los aspectos agradables del fútbol es el mérito artístico, que sólo posee una minoría elegida, como el galardonado francés. Es algo muy diferente a, pongamos, el supuesto valor que puede tener un Kílian Jornet, correr por las montañas como alma que lleva el Diablo. El delantero del Madrid es un virtuoso, ha entendido que las dos piernas no sirven sólo para trotar y se lo ha enseñado al mundo acariciando un balón. Con un destino certero (no un vagar los riscos o el césped a lo loco): tocar la red de la portería contraria. Meterla, coño. ¡Y hala Madrid!
El funeral del procés en TV3
Publicado en El Español, 5/10/2022
Para celebrar las últimas honras fúnebres al procés y bajo enorme riesgo espiritual, estos días me he empachado de televisión autonómica. Como algunos compatriotas refractarios, desde hacía lustros saltaba con el mando a distancia el número 3 de la catódica parrilla. En el recuerdo permanecía otra muerte a computar, la del periodismo catalán, salvo honrosas excepciones como la de Joaquín Luna. Veníamos de aquel editorial conjunto en la prensa escrita barcelonesa a favor de un Estatut que nadie pedía ni quería, excepto unos políticos ya en competición nacionalista. Eso fue en 2009, pistoletazo de salida de una enorme y fraudulenta operación en la que se vieron envueltos todos los catalanes y cuya cima fue el amorfo referéndum de 2017. Millones de horas volcadas por TV3 (entre otros medios) para el lavado de cabeza y excitación ideológica de la ciudadanía.
En cualquier caso, la primera conclusión a la que llego tras dos semanas de empape televisivo es que la emisora ya no es lo que era. Incluso diré que el funeral del 1-O, tras cinco otoños de agonía, me ha parecido bastante deslucido, un poco forzado incluso. Casi birrioso, como hecho a desgana. Nada que ver con el fervor de tiempos pasados en que se desplegaban ingentes medios (¡que no falte de nada!) a la hora de retransmitir las coloridas performances de la liberación catalana. En un ambiente enrarecido por la guerra civil independentista, apenas unas cuantas piezas monográficas celebraban la conmemoración de otro fracaso histórico. Parece que los catalanes estamos condenados, desde 1714 o incluso desde la caída de Wifredo el Velloso, a festejar derrotas. Un pueblo gafe, vaya.
Estos días de luto, conforme veía desfilar en la pantalla a jovenzuelos con camiseta cupera, a mujeres ajadas vestidas de amarillo y sin teñir, a tanta tercera edad con la mirada afligida y la voz temblorosa, me inundaba una terrible zozobra. El fin de la ilusión. Quién sabe cuántas décadas deberemos esperar los catalanes la tierra prometida, otra vez. La tarea del columnista pasa a veces por descender hasta las sensualidades más insospechadas. Así, el drama por la muerte del procés, simbolizado en urnas de plástico chinas llenas de papeletas inservibles, expresado, micrófono en mano, por personas que o no se han enterado todavía de la cosa o no tenían mejor plan para el domingo, iba cargando de emociones la jornada. Estaban también los irreductibles («¡Lo volveremos a hacer!»), quienes daban la pincelada ochentera al ambiente y, quizás, apuntaban el futuro del movimiento: vuelta a las batallitas internas, a las catacumbas de las épocas románticas, cuando cada once de septiembre (Diada) se quemaba la puerta del McDonalds de la Rambla y se practicaba la carrerita delante de la policía, qué nostalgia del franquismo.
TV3 es un buen canal. También la voz de su amo, pero eso a los españoles no debe sorprendernos tratándose de una televisión pública. Mi vuelta a sus transmisiones se ha visto sorprendida por una especie de baño de realidad, aquella realidad que un Artur Mas enloquecido (no digamos Carles Puigdemont) parecía discutir o incluso negar para gusto de la ciega parroquia. He visto programas sobre el heroico recuerdo e incluso para la aceptación afligida de la muerte. Una pieza lacrimógena relataba la bravura y el ingenio de las gentes de Sant Martí Sesgueioles (300 habitantes), donde los campesinos cruzaron sus tractores a la entrada para impedir el paso a la Guardia Civil y un tumulto protegió una urna de cartón mientras la del referéndum (¡la de plástico chino, la buena!) se escondía en el garaje de un vecino. La Benemérita se llevó la falsa.
Entre tanta remembranza, no pudo faltar la referencia a la represión. «Era una fiesta. Y cuando vimos las imágenes antes de votar, la gente ensangrentada aquí en los colegios de Barcelona, fue un shock», decía una señora. «A garrotadas. Se nos presentó la Guardia Civil alineándose como si fueran legiones romanas», afirmaba un señor con sombrerito de paja de la Assemblea Nacional Catalana. La cadena tampoco olvidó las imágenes de mujeres histéricas por el suelo o agarradas a una valla, mientras la policía intervenía por orden judicial, tras la advertencia de rigor. El locutor alumbraba: «sin pactar la normal convivencia ciudadana» y «a pesar de todo votaron más de 2.300.000 de personas».
El acto oficial de entierro del procés fue cubierto por la televisión autonómica con desdén. Las cámaras enfocaron algunas pancartas severas: «Botifler, yo no te votaré», «políticos traidores» o incluso una en que aparecía el logotipo de TV3 con la banderita española. «Nos engañaron a todos», confesaba un ama de casa que pululaba por allí. La clave la dio el testimonio de un chico de orígenes orientales, ojos rasgados: «Quizás deberíamos cambiar de líder». Inferí que había mamado escuela maoísta.
Canto ahogado en la nostalgia, en el saber que no volverán los conmovedores acontecimientos de la liberación final, los señores de la tele catalana deben pensar que es hora de pasar página, de entretener con otras cosas. La ruptura ya no vende, no digamos la melancolía, lo que no quita que el canal siga siendo a ratos luz del nacionalismo, la defensa de la lengua única, etc. Su retransmisión del funeral fue digna de los tiempos que corren. Las elites andan a codazos por la hegemonía autonómica, el dinero y los privilegios. La aventura ha finalizado y TV3 da buena cuenta.
La política y el tenis
(Publicado en El Español, 18/9/2022)
La semana pasada, Mónica García, diputada por Más Madrid, reproducía en Twitter una fotografía de Serena Williams alzando el puño en la cancha del OPEN de EEUU tras ganar un punto. Disputaba la americana el que sería el último encuentro de su carrera (adiós a un tenis vulgar y físico) y la avispada política no quiso dejar pasar la ocasión de hacerse notar. Titulaba el tweet con un «gracias por tanto, Serena». No era conocida la afición de la madrileña por la raqueta, si bien cabe sospechar que su rendido homenaje a la jugadora de Michigan era de carácter político: ¿Cómo no aprovechar la imagen de una célebre mujer negra con el puño en alto? El podemismo en fase hiperactiva resulta, además de ridículo, cristalino. Cuando lo dirigía Pablo Iglesias, la pereza dominaba al partido; aquello era comunismo de vuelva usted mañana. Ahora, con las mujeres al borde de un ataque de nervios, no hay día que pase sin una gran idea, ejemplaridad estajanovista. A la formación morada se le han visto siempre las costuras, aunque el artificio, la palabrería y afectación mediáticas encandilara en su momento a un millón de compatriotas.
El tenis es un deporte individual (salvo en los partidos de dobles, que a casi nadie importan), opuesto a lo colectivo, al grupo, al tribalismo del fútbol, por ejemplo. Su fama, además, carga con la etiqueta del elitismo, una cosa de pijos bronceados, con suéter de pico y zapatillas blancas. Naturalmente, esto pudo ser así en épocas pasadas, pero desde hace muchos años en España proliferaron pistas públicas y clubs modestos, signo de una popularización irrefrenable. Los éxitos cosechados por nuestros campeones en los años noventa y, más tarde, por Rafael Nadal tienen algo que ver. El país cuenta hoy con más de 5.300 canchas y 1.128 clubes; y supera los tres millones de practicantes.
Por otra parte, se trata de un juego muy técnico que requiere de facultades, esfuerzo y competitividad, a la par que una cierta nobleza. Extrañas, gruesas y viejas cualidades para un futuro woke al que la turbia agenda internacional pretende condenarnos. Además, el tenis puede llegar a ser muy bello, como demostraron Roger Federer o Justine Henin cuestionando así la moda imperante de los recios luchadores, los sacadores gigantes y los reveses a dos manos. Representa, simbólicamente, un ideal conservador (estoy recordando las lecciones de Roger Scruton), opuesto a los ideales igualitaristas de estos gobernantes, que desprecian el mérito porque cumplen un programa social para uniformar por abajo (y no por arriba). Así, en el mundo ideal al que nos conduce la mencionada agenda, por la que suspira esta izquierda autoritaria, será muy improbable la explosión de un Carlos Alcaraz, como tampoco la de cualquier sujeto dispuesto a romperse los cuernos para triunfar.
Entre los muchos frentes que abarca el wokismo morado, tales como la pobreza sostenible, el feminismo anti-mujer y la cartilla de racionamiento vegana, destaca últimamente la cuestión del mérito. Lilith Verstrynge, otra canterana de la Complutense y ya secretaria de Estado para la Agenda 2030, decía este verano que «la cultura del esfuerzo y la meritocracia» generan «fatiga estructural» y «epidemia de ansiedad». Y un Pablo Iglesias pedagógico afirmaba que «ningún ejemplo de superación individual puede justificar la desigualdad social». Buen revés marxista-leninista de nuestro esforzado campeón.
Para mayor inri, parece que los grandes tenistas están despolitizados. Es decir, formarían parte del fascismo emboscado, según el frentepopulismo podemita. El asunto es que el gobierno resulta coherente con su propio discurso sobre el esfuerzo y el mérito. En el consejo de ministros (veintidós ministerios) hay muy poco músculo curricular, no digamos experiencia laboral, la vida ahí fuera. Intelectualmente anodino, este multitudinario gabinete, su vanguardia más neurótica, legisla sobre la entrepierna hoy y mañana vaya a usted a saber. Como mide el mundo desde su pequeñez, desde sus estrecheces ideológicas y sus resentimientos, no descartemos un día de estos alguna arremetida contra ese juego de clase y denuedo, el triunfal tenis patrio.