Marxismo-leninismo

Hace unos días, con motivo de su cumpleaños, regalé al Sr. Trillas, hombre catalán de maneras y fondo irreprochables, el libro Barro más dulce que la miel. Es un reportaje periodístico de tono clásico, escrito por Margo Rejmer, sobre la Albania comunista. Régimen marxista-leninista cuyo devenir y fantasmal destino trazó Enver Hoxha, puño de acero balcánico, hasta su muerte en 1985. Y que finalmente se desintegró, sumido en el caos, en 1991, bajo el gobierno del delfín gris Ramiz Alia. El reportaje es excelente: Rejmer se dedicó a entrevistar a un puñado de supervivientes albaneses, tras décadas de prisión, campos de trabajo y torturas, la mayoría de las veces bajo la acusación de “enemigos del Partido”. Fueron delatados por familiares o vecinos, o incluso por alguien a quien nunca llegaron a conocer: una nación entera bajo la ley de la permanente sospecha y el miedo a decir cualquier cosa inconveniente. O solo por tener un familiar que había conseguido atravesar las vigiladas fronteras del país, hacia Grecia o Yugoslavia. Un testimonio del libro relata cómo pasó en la cárcel primero cinco años (contaba dieciséis cuando se le ocurrió la idea de escapar al extranjero y fue delatado por un amigo) y más tarde veinte años al intentar ejecutar su viejo plan y ser capturado.

El fresco del marxismo-leninismo puesto en práctica es pavoroso, un terror prolongado durante décadas. Albania se enemistó primero con la Unión Soviética de la desestalinización y después con la China que recibía la visita de Nixon. A partir de 1978, bajo el argumento de la pureza ideológica juche y nacionalista (extendido temor a una invasión yugoslava), pasó a convertirse en un Estado aislado del mundo. Sin amigos internacionales, ni clientes ni apenas proveedores pero luciendo el orgullo propagandístico de ser la última nación fiel a Stalin, contra el revisionismo de las demás repúblicas populares. Volvieron entonces las cartillas de racionamiento y una represión mayor, si cabe. Un régimen en que nadie, siquiera el segundo hombre más poderoso del país (Mehmet Shehu, quien oficialmente se suicidó y fue acusado después de espionaje y borrado de los libros de Historia), pudo vivir sin el permanente miedo a que la Sigurimi (el servicio secreto) tocara a la puerta una noche y se lo llevara al infierno.

Tengo pendiente un almuerzo con el Sr. Trillas y poder comentar las lecciones y los testimonios de Rejner. Pero estoy convencido de que uno de esos testigos ha debido golpear especialmente a mi amigo, dedicado a poner luz sobre lo que acontece en lo eclesiástico catalán. Se trata de la figura de Maria Tuci, segunda beata de la historia de Albania tras la Madre Teresa. A partir de 1967, el régimen declaró la muerte de Dios, desatando una gran represión en el mundo religioso, el musulmán como el católico o el ortodoxo. Fusilaron y encarcelaron a sacerdotes e imanes, multiplicándose el asalto y saqueo popular a templos, en una fiebre que ponía de relieve que el Partido era el nuevo dios. A Maria, novicia de una congregación franciscana, la encarcelaron con veintidós años hasta que consiguieron matarla: la metían desnuda en un gran saco junto a gatos salvajes y golpeaban el bulto, de forma que los gatos, enloquecidos, destrozaban a zarpazos el cuerpo de la joven mártir. Marxismo-leninismo.

(Nota publicada en Ok Diario)

La revolución

“Un pueblo en estado de revolución es invencible.”

“Ya estamos lanzados, tras nosotros los caminos están cortados, hay que avanzar, por las buenas o por las malas. Sobre todo hoy es cuando se puede decir: vivir libre o morir.”

“Acabamos de atracar en la isla de la Libertad y hemos quemado la nave que nos condujo allí.”

“¿No tiene el pueblo el derecho de sentir las efervescencias que lo conducen a un delirio patriótico?”

“Cuando la fuerza pública no hace sino secundar la voluntad general, el Estado es libre y pacífico. Cuando la contraría, el Estado está esclavizado.”

“¿Es la ley la expresión de la voluntad general cuando el mayor número de aquellos para quienes está hecha no puede contribuir, de ninguna manera, a su formación? No.”

“No demos libertad a los enemigos de la libertad.”

“Un pueblo que se apresura hacia la libertad debe ser inexorable hacia los conspiradores; que en tales casos la debilidad es cruel, la indulgencia es bárbara.”

“Decid los nombres, decidme los nombres de los súbditos cuya sentencia firmará mi mano.”

“Castigar a los opresores de la humanidad es clemencia, perdonarlos es barbarie.”

“En un estado revolucionario, hay dos clases, los sospechosos y los patriotas.”

“No te dejes engañar cuando te digan que las cosas están mejor ahora. Incluso si no hay pobreza por ver porque la pobreza ha estado oculta.”

“La gente solo pide lo que es necesario, solo quiere justicia y tranquilidad, los ricos aspiran a todo, quieren invadir y dominar todo. Los abusos son el trabajo y el dominio de los ricos, son el flagelo de la gente: el interés de la gente es el interés general, el de los ricos es un interés particular.”

“Tienes un bonito traje, paciencia, dentro de poco si tienes dos me darás uno, así es como nosotros lo entendemos; será así como en cualquier otra cosa.”

“No podemos contar los años en que los reyes nos oprimían como un tiempo en el que hemos vivido.”

Querido lector, si ha llegado Ud. hasta aquí, debo aclararle (aunque quizás sea innecesario) que las frases antes transcritas fueron todas pronunciadas hace más de doscientos años. Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Podría argumentarse que el contexto histórico era radicalmente diferente, y en verdad lo era: esas palabras, la construcción que emana de su conjunto, sirvieron para tumbar un viejo régimen, monárquico. Sin embargo, la sospecha que provoca su lectura hoy, bajo una democracia parlamentaria, es de orden candente, actual. No resultan tales afirmaciones, eslóganes, tan anacrónicos como refulgentes. Todavía resuena la llamada “a la movilización” del vicepresidente del Gobierno, Iglesias, hace solo unos días. Señaló al adversario y ofreció la fórmula para combatirlo: la calle. Como una lluvia fina, ideológica, propiciada por un pacto de conveniencia entre periodistas televisivos y políticos nacional-populistas, van calando en la sociedad lugares comunes, falsedades, simplicidades irrefutables. La maquinaria parece engrasada, hay un público adepto que ya siente que su ‘misión’ política, inexcusable, es la lucha contra el enemigo, eso que llaman, sin escrúpulos, ‘fascismo’. Monstruo identificado por no comulgar con quienes, en realidad, ni creyeron ni creen en las formalidades éticas y exigencias estéticas de la democracia. ¿Los verdaderos totalitarios? En la Generalitat y, también, en el Gobierno de España. Una postrera cita, si me permite, querido lector:

“La fuerza de las cosas puede arrastrarnos a resultados que no habíamos previsto.”

(Nota publicada en Ok Diario)

¿Qué diablos le pasa a la izquierda?

Una señora de muchas lecturas y en absoluto conservadora me dijo un día que yo le había echado un cable al franquismo por escribir que “Franco fue un gobernante muy popular”. En el antifranquismo sin franquismo hay un aspecto melancólico, e incluso podría haber un principio freudiano. Archivé para mis adentros que echarle un cable a un régimen muerto hace cuarenta años tenía gracia. Así, ¿de qué manera, dotado de qué extraordinario vigor pudiera reflotar, por ejemplo, el hundido Imperio Austrohúngaro? Escribir para resucitar. Pero no a Franco, a quien no guardo ninguna simpatía, sino a Francisco I.

Los muertos, los imperios y los regímenes extinguidos solo resucitan en la fantasía o las películas, podría haber contestado a mi querida señora. Pero nunca lo hice porque la severidad requiere tiempo y sosiego. De hecho, no existe nada tan severo como el tiempo. A ningún historiador puede sorprender que un gobernante, dictador o autócrata que ostenta tantas décadas el poder haya gozado en alguna época de cierta popularidad. Ocurrió, por ejemplo, con Nicolae Ceaucescu, a quien el pueblo adoraba en los años sesenta y después acabó detestando como se detesta a un padre sobre el que hemos descubierto un terrible secreto.

Esta indisposición sobrevenida de la izquierda respecto a Franco es impostura. Tiene relación con ciertas expectativas, con la aspiración al poder. Nada que ver con justicias históricas ni urgentes conquistas sociales, aunque el discurso insista en tales elementos. Tampoco con una súbita afición por la Historia: de otros episodios, como la dictadura de Primo de Rivera, en la que el PSOE colaboró, nadie se acuerda. Del mismo modo, conviene omitir el nefasto papel del socialismo (Largo Caballero) durante la República y la Guerra Civil. Un uso grosero (y consuetudinario) del pasado. Por lo que atañe a las grandes conquistas sociales, el trabajo está acabado. El Estado social europeo es viejo; incluso vetusto, en naciones como Francia. Ya en el siglo XIX, Bismarck y el positivismo burgués hicieron mucho más por las clases bajas que Marx, Engels y todo el ejército anglosajón de frikis igualitaristas. Hasta la Segunda Guerra Mundial, la izquierda dominante (comunismo) se presentó alternativa revolucionaria al Estado burgués. También en España. Si bien nuestra particular guerra civil dejó esas opciones fuera del juego político, durante cuarenta años. Y Franco, favorecido por la dinámica de la Guerra Fría, hizo su Estado social. En democracia, el PSOE significó la revancha, pero bajo la forma socialdemócrata, por supuesto antirrevolucionaria. Los socialistas de Felipe González prefirieron así olvidarse del general que (todavía) guarda reposo en el Valle de los Caídos.

Tras la caída del muro de Berlín y muerte del modelo socialista real, la lenta reacción de la izquierda fue ir moviendo su discurso hacia terrenos de sentimentalismo pop, algo que ya había abonado Foucault: las identidades, la condición sexual; o los pobres animales y plantas que se mueren por culpa del capitalismo y sus exigencias. A esta corriente mundial se suma el fenómeno (local) de la nostalgia por Franco. Pero el cinismo pseudo-revolucionario comienza a encantarse. Y, sin duda, se encallará. Mientras, la derecha, a remolque cultural, participa también de la histeria igualitarista. Todo esto ocurre en un mundo al galope sobre la inconsistencia intelectual. Un Occidente fatuo, hechizado con ciertas boberías. Entretenido en un aquelarre de imbecilidades mientras el salón sigue ardiendo. Interesa persuadir al votante de que el fantasma del caudillo continúa habitando despachos, instituciones y palacios de este país. Al menos hasta que Sánchez asegure la poltrona.

Nota publicada en Ok Diario: https://okdiario.com/opinion/que-diablos-pasa-izquierda-4510440