La deriva hortelana de la izquierda

Entre columnas de humo y polvo, borrones de sangre, acero y adoquines, levitaba, por segunda vez, el alma de Marat. Tan querida por aquellas cándidas muchedumbres con escarapela tricolor, repetía su simbólica muerte en París bajo la bandera roja de la Comuna. Tintura decretada para toda la historia de la izquierda, hasta el derrumbe del monstruo soviético. La izquierda, dicho así ligeramente, se ha partido la cara desde su fundación: el Gran Miedo, el Terror, las matanzas de campesinos en la Vendée. Con el vigor de una fiera y un intelecto extraordinario, la violencia política (inducida, ejercida, atenuada según la oportunidad) fue dejando el camino expedito a una idea republicana en que se acomodaría el racionalismo que, ahora, vemos agonizar. Un racionalismo, por cierto, nunca patrimonio exclusivo de la izquierda. Ni mucho menos. 

Atrás quedaron relevantes arritmias de la Historia, provocadas por la fuerza revolucionaria, inmarcesibles episodios en que el hombre se liberó de las cadenas del capitalismo. “La libertad, ¿para qué?”, le soltó Lenin a Fernando de los Ríos, conspicua pregunta que dominaría el mundo socialista hasta que el camarada Gorbachev no pudo ya seguir asumiendo sus contradicciones y, ay Manolo, se cargó el paraíso obrero. Sí, hubieron muchas riñas y desencuentros, incluso algunas bofetadas (en Angola, en los años setenta, pudo producirse un cuerpo a cuerpo entre americanos y soviéticos, desliz de la Guerra Fría) y un mundo fantástico de espías y paraguas búlgaros venenosos; un eurocomunismo, unas trifulcas italianas a costa de los intelectuales, hasta la pasión socialista de nuestro Felipe González Márquez quien, decepción del nacionalismo pecé, metió a España en la OTAN y en la Europa de los mercaderes.

El viaje de la izquierda, visto en perspectiva, resulta fascinante. Y su actual tramo del camino, una broma del historicismo. Hace dos años, Félix Ovejero analizaba en el ensayo La deriva reaccionaria de la izquierda el proceso de mutación de tal cultura política. Recojo algo sobre esa izquierda antiilustrada: “espadachines a sueldo”, “infantilismo”, “frivolidad intelectual”, “apelación al sentimiento”. Retornando un momento a Italia, nación de brillantes intelectos, me gusta citar la altura de Pasolini, ejemplo de aquella crítica tan abandonada, verso suelto, pero qué verso: se declaró, fuera del rebaño de comité central y de los atribulados ácratas boloñeses, contrario al aborto.

La última parada de la izquierda, florida y verde, es la horticultura (¡si Marx y los santones del comunismo levantaran la cabeza!). A saber, la llamada ideológica a cultivar huertos urbanos como barricada política. Sí, querido lector, la lechuga y el pepino curtidos en humos negros de motor como vanguardia de la lucha. Así lo escriben José Luis Fernández Casadevante ‘Kois’ y Nerea Morán Alonso en un artículo reciente: “Los huertos urbanos, ligados a los tejidos vecinales y a las emergentes dinámicas solidarias de proximidad, deben ser un dique más de contención contra los riesgos de que arraiguen en los barrios los valores y actitudes favorables a la extrema derecha”. Añadamos dos vocablos esplendorosos, que dan fe no ya de aquella deriva autoritaria argumentada por Ovejero, sino de, propiamente, una manifestación de estulticia que haría gozar a Maurizio Ferraris: “renaturalización” y “huertopía”.

Finalicemos, derrotas contadas, con una revisión musical, himno actualizado a los tiempos de la nueva izquierda, ya en el salvífico huerto: 

¡Arriba huertanos de la urbe!

¡En pie iphonera legión!

Atruenan los brócolis en marcha:

es el fin de la opresión.

Del pasado hay que hacer añicos.

¡Legión hortícola a vencer!

El mundo va a cambiar de nabos.

Los verdes de hoy todo han de ser.

(Nota publicada en Ok Diario)

Contra Colau

En el cómputo de la estulticia neosecular, en la galería de sus mejores ejemplos, de sus mayores procuradores, está la alcaldesa de la Ciudad Condal, doña Inmaculada Colau Ballano. Corren precisos retratos, apuntes del natural de la magnitud, que es resumen y tragedia barcelonesa. Están su descaro y picaresca, ya articulados en torno a la crisis de finales de la última década, cuando se forjó el personaje anti-establishment. Defensora de los más débiles, clamaba; impostada heroicidad, ha demostrado. Está también la manifiesta ineptitud gestora y la dilaceración de un prestigio urbano con mucho esfuerzo ganado. El retorcimiento de la pública institución al erial de su mentalidad, su ideología funesta (aunque decir ideología sea del todo conmiserativo en este caso). Reina, además, del nepotismo, del enchufismo tribal, enterramiento cínico de la meritocracia. Si aquella recesión económica de antaño tuvo abigarrados padres, vergonzantes bandoleros con corbata, logró de igual modo parir sorpresivos monstruos, el resultado estético que ahora padecemos. No alcemos ingenuidades, tanto en la fiesta como en el funeral participaron muchos, el pueblo si se quiere: la alcaldesa que venía a salvarle fue votada, refrendada en un episodio democrático para mayor depresión del propio sistema.

Resalto en la semblanza política del personaje su mayor pecado: la ignorancia. La torpeza no ya gramatical, sino el desconocimiento de la ciudad que gobierna, de la historia y la complejidad social y cultural que esa alberga, como toda gran concentración humana. Una cuestión que se torna oscurantismo ideológico, política municipal grosera, hecha de golpes de efecto para su siempre indignada (y por otra parte acomodaticia) parroquia. Lo escribía Albert de Paco tiempo ha: en la Condal habita un considerable número de Colaus, personas que piensan que el mundo les debe algo por el solo hecho de existir. Una comunión electoral de infantes mentales orgullosos de serlo, sin límites al propio engreimiento, desdeñosos de cualquier libertad ajena que juzguen inapropiada. Fascistoide transformación de la izquierda, que abandonó para siempre aquel “prohibido prohibir”. El rodillo soez, pasado sin clemencia por una coalición de asnería y rufianesca, deja un panorama desolador. Uno imagina el asesinato civil por esta ralea de endiosados indoctos y fantasea, pesaroso, con un Lenin o un Marat, que, no por criminales, lucían una altura intelectual nada despreciable. La de nuestros nuevos izquierdistas es una revolución en versión barrio sésamo con checas digitales.

Barcelona era una fiesta, no ya por lo que en los años noventa se conoció mundialmente como renacimiento de la ciudad, vía Juegos Olímpicos, y creación de la ‘marca’ de éxito. Los patrimonios fueron algunos más, anteriores: la libertad, el libertinaje, la extraordinaria creatividad, también en época dictatorial. Delicioso desorden. Hoy, la primera autoridad municipal suma, luce y resume cual listado de fracasos todas las pérdidas irrecuperables. Es esa su obra, intangible en lo material, perfectamente identificable en lo ambiental. El tono grisáceo representativo de la nueva política, servil a los particularismos y ajena a cualquier tipo de grandeza.

(Nota publicada en Ok Diario)

Apuntes electorales (I)

Comienzo con esta crónica una serie semanal que, si el clima lo permite, dará cuenta de la campaña política hasta el próximo diez de noviembre. Aunque no estemos todavía, calendario en mano, metidos en harina, el lector comprenderá que es oportuno referirse al vigente sanchismo como tiempo “electoral” permanente.

Los grandes partidos temen, al contrario que los demás mortales, el adelgazamiento de sus cuerpos. La italianización de España está contribuyendo a tal causa, sin saber si esto es bueno o malo para el sistema. Tal fragmentación no sólo afecta al centro derecha. La izquierda vuelve a sus viejas tradiciones, las queridas luchas intestinas de aquel atribulado siglo XX. Dichas batallas por el poder antes se presentaban con disfraces ideológicos; ahora no se disimula que en cada sillón sólo cabe un culo, y los sillones están contados. Ha sido enternecedora, y diáfana, la negociación reciente entre Sánchez y el pretendiente a ministro Iglesias. Este último languidece, parece haber envejecido rápidamente. Su formidable ansia por desmantelar el Régimen del 78 (democracia ideada por el general Franco, según la autorizada voz del cineasta Amenábar) y las otrora energías bolivarianas se han desinflado mucho. Estamos perdiendo a un íntimo revolucionario, lo cual puede hacer decaer la comedia hasta el aburrimiento. Vuelve Errejón a escena para animar la función. Reivindicando el olvidado estilo asambleario, un errejonista (el concejal Ortega) ha declarado que ansía “recuperar la dignidad de las instituciones”. Renace así la salvación; torna el discurso de los dignos frente a todos los demás, es decir, los indignos. Esa cosa de la dignidad viene de mi tierra. Nunca podremos agradecerle al procés catalán todo lo que ha aportado al lenguaje de la política española. En Cataluña, siempre a la vanguardia de las Españas, vivimos no ya electoralmente, sino en estado de prolongada gimnasia política. El genio catalán, visionario, se reivindica en acciones de una creatividad apabullante: un bolardo ha sido homenajeado con flores, performance que nos devuelve al surrealismo. No obstante, hay noticias inquietantes. Una operación de la Guardia Civil contra miembros de los CDR destapa, según parece, que alguien comienza a jugar con mezclas explosivas, peligrosas no sólo para la salud mental de la comunidad.

La tensión política no afloja, hay gruesos intereses en que así sea. La izquierda, ensimismada en identidades, perspectivas de género (femenino) y apocalipsis climático acude a los comicios en guerra civil: Sánchez como estadista socialdemócrata, denostando a los atribulados podemitas, reclamándose izquierda ordenada; Iglesias como paladín de las esencias populistas, contra la casta setentayochista del PSOE; y el niño Errejón como revisionista barbilampiño, malo ramal para los señoritos de la dacha en Galapagar.

La afición hispana por los asuntos públicos, tratados en el Congreso de los Diputados, en las variadas instituciones y en las barras de los bares, es impermeable al desaliento. Estamos perfeccionando una nación de debates políticos con formato y jerga balompédica y de cotilleo desalmado. En realidad, los géneros de nuestra comedia nacional se confunden. La cita electoral, de la que Sánchez tiene una enorme responsabilidad, será una nueva fiesta de la democracia. Si bien la ejercitación plebiscitaria, muy severa, podría conducir al absentismo. Se escucha en los bares, caña o café en mano, un quejido antipolítico (fenómeno también italiano). Así lo apuntan encuestas recientes.

(Nota publicada en Ok Diario)